Trabajo, piso, pareja
de Zahara

Clarisa: treinta años, pertenece a esa generación a la que se lo prometieron todo y a quienes la crisis les negó la mayoría. Estudió mucho pero le ha servido para poco. Trabaja en un peculiar negocio: el canal Youtube de su madre, famosa por sus vídeos sobre terapia vital vegana y yogui. Marco: introvertido y metódico, es guionista en un programa de televisión, pero su gran sueño desde siempre ha sido ganarse la vida como escritor. Su novela está a punto de salir a la luz y apunta a éxito. Un 31 de diciembre sus mundos chocan (literalmente) en la San Silvestre vallecana, con un montón de corredores disfrazados de bailarinas y Papá Noel como testigos. Ambos se enamorarán de lo que los separa. Él, de la verborrea y caos de Clarisa. Ella, de la misteriosa personalidad y carisma de Marco. Pero, ¿qué sucede después del The end, cuando las cortinas se cierran y suena el despertador? ¿Cómo sobrevive el amor después de las legañas y de los «llego tarde a casa»? ¿Qué pasa cuando decir «Te quiero» acaba convertido en rutina?

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Reseña

Como ya os he dicho más de una vez, soy muy fan de Zahara, maravillosa cantante, compositora y autora del libro que hoy nos ocupa, y como malignos y malignas que sois seguro que pensaréis que esta reseña será todo menos imparcial. ¡Ey! Aquí seguimos sin casarnos con nadie, y esta no va a ser la excepción. Sin embargo, una se conoce, ¿no? Ya desde antes de empezar a leer este libro, incluso desde el momento en que tuve constancia de que se publicaría, sabía que me iba a gustar. No podría ser de otra manera, y me complace haber sido tan previsible.

Hace algunos años, solía quejarme de que la mayor parte de mis ídolos estaban muertos. La verdad es que era algo bastante deprimente y muy desolador. Me había hecho a la idea de que jamás iría a un concierto de mi cantante favorito, de que no compraría el nuevo libro de mi escritor preferido, ni vería actuando al actor de mis amores en una nueva película. Todos mis ídolos estaban rodeados del espeso glow que te da la inmortalidad cuando de vivo fuiste único (o única), pero, qué queréis que os diga, era un auténtico rollo. No había llegado a los treinta y, supuestamente, todo lo bueno que tenía que conocer estaba criando malvas (en la mayoría de los casos incluso desde antes de que yo naciera). Sí, ya lo sé, encantador, ¿verdad?

Un día estaba viendo algunos videos en Youtube en modo random — sí, a veces lo hago; me relaja; ya se que soy rara — y por cosas del destino di con una actuación que había tenido lugar hace años, precisamente, en un bar/discoteca/saladeconciertos de mi ciudad. Era uno de esos vídeos que la gente graba desde el público. La sala en cuestión no era demasiado grande, así que el improvisado cámara pudo hacerle con facilidad un primer plano a una chica joven que esperaba a que un ruidoso público tuviera a bien callarse de una santa vez. Cuando por fin se hizo el silencio, comenzó la actuación y ya no pude apartar la mirada de la pantalla del ordenador. Aquella chica empezó a cantar y, a medida que avanzaba, se iba emocionando cada vez más, y yo con ella. Fue lo más bonito y extraño que me ha ocurrido en la vida. A partir de ahí, caída libre…

Y ahora voy a entrar en modo fan…

Como habréis deducido, la persona que cantó aquella noche en aquella sala, y que, afortunadamente para mí, alguien grabó en video, era Zahara, la autora de Trabajo, piso, pareja. Cuando pienso en Zahara, siempre se me viene a la mente la palabra admiración, porque realmente la admiro, y es algo no muy habitual en mí. No solo me gusta mucho cómo canta, el tono de su voz, sus canciones,… también la admiro porque sus letras tienen la capacidad de emocionarme, de traspasarme, conectan conmigo. Sí, muchas y muchos diréis que a vosotros también os pasa escuchando a Bisbal o a El Fary, y seguro que no mentís. Yo tampoco soy de piedra… Sin embargo, con Zahara es distinto… ¿Le echáis un vistazo a su discografía y os hacéis una idea? Es difícil de explicar con palabras…

Además del detalle encantador de que esté viva y que haya mandado al traste mi complejo de tanatofanatismo (sí, me he inventado la palabro), reconozco me encantan sus videoclips, sus outfits, las cosas que sube a redes sociales,… No sé, me parece… ¿guay? ¿mola mil? Y aunque con esto parezca que me falta un hervor y que tenga quince años, os aseguro que no lo digo en plan fanático-maniático… Solo es que me inspira confianza, y me compraría la termomix que recomendara y por supuesto la trenka rosa que saca en uno de sus videos y que me chifla. En definitiva, y dejando el lado paranoico, me la creo, me parece real, y hace bien su trabajo. No va de nada. Está vivita y coleando. La admiro. Punto. Vamos con la novela.

Trabajo, piso, pareja va evolucionando a medida de que la vas leyendo. Lo que en principio parece una especie de chick-lit ligera, con la típica historia en la que chico-conoce-a-chica-de-forma-peculiar-y-se-enamoran, va dando paso a otro tipo de novela de corte más oscuro. Zahara nos descubre la otra cara de las historias de amor. Estamos acostumbrados a encontrarnos con libros donde se sigue a rajatabla el eterno presentación-nudo-desenlace, y donde, en la mayoría de los casos, todo acaba con un estático y apaciguador HEA que cierra la historia y nuestra boca para siempre. Hace algunas reseñas, ni más ni menos, os hablaba del proyecto Fallen Princesses de Dina Goldstein, y de cómo sería la vida de célebres protagonistas de grandes HEA si su historia no hubiera acabado en esa in media res que es el vivieron felices para siempre.

En Trabajo, piso, pareja, además de lo que concierne a la parte más bonita del amor — cuando nos enamoramos y creemos ver unicornios que se tiran pedos con olor a algodón de azúcar —, también asistimos a su parte más realista — el día a día —, y a la más fea, el temido final. La conclusión de Trabajo, la primera parte del libro, así presagiaba lo que estaría por venir:

Las letras «T h e E n d» ocuparían la pantalla, la pareja se besaría y todos a sus casas tan felices.
Aquí lo dejaría yo. Por todo lo alto. Un final épico, bonito y bueno como si esto fuera ficción, como si esto no fuera la puta vida real, como si esto no fuera solo el principio.

Y es que esta primera novela de Zahara es, ante todo, real. Todo lo que en ella acontece podría pasarte a ti, a tu mejor amiga o a tu novio. Todos los pensamientos que se le pasan por la cabeza a Clarisa, la protagonista, seguro que han estado en tu mente más de una vez. Precisamente, la sensación de que lo que estás leyendo es lo que ocurre, normalmente, en la vida misma, es lo que, en algunos momentos, vuelve a esta novela tan… descorazonadora. La visión del amor como algo cíclico, como algo que termina y empieza, como algo que puede estancarse y no arreglarse, o como algo que se arregla con los sustitutivos necesarios… El volver a empezar, el renacer de las cenizas, es algo a lo que estamos abocados desde el comienzo de nuestra existencia y que, a la vez, es puñal y oxígeno. Las presiones que nos rodean (trabajo, piso, pareja), como el compaginar la vida real con los sueños y nuestras aspiraciones, son un ingrediente más, pero muy potente, a ese mix/bombaderelojería en el que se convierten las relaciones amorosas hoy en día. Con su novela,  Zahara no induce al drama; su descripción de la vida-real ya hace su propio trabajo, y el que todo sea tan real, tan cotidiano, tan del día a día, solo propicia que nos identifiquemos íntimamente con sus protagonistas. Leyendo sus páginas es imposible que no nos digamos a nosotros mismos: esto nos puede pasar también a nosotros. A pesar de que lo más seguro es que ya nos haya pasado y reconozcamos los síntomas.

Podríamos decir que la primera novela de Zahara es una antinovela de amor que es, a la vez, una novela de amor real. Va en contra de todo lo que solemos leer por aquí: historias donde los problemas siempre se dan en el inicio y que dejan de serlo cuando los protagonistas se dan el primer beso, se casan o tienen un hijo. Trabajo, piso, pareja no solo pone de manifiesto que esto no siempre es así — en la mayoría de los casos, en el amor, la lucha es silenciosa y constante — sino que, inevitablemente, a veces, las cosas salen mal… También, viene a decirnos, de manera descarada: ¿y cuál es el problema? El final del amor no tiene por qué significar el final de la propia persona; dar carpetazo a una relación a veces es beneficioso, conveniente y sano. En definitiva, hay que [piopialo]perderle el miedo a amar y a dejar de hacerlo, y asumir todo ello de la manera más natural y positiva posible[/piopialo].

Como fan de la cantante, reconozco que, aunque estaba convencida de que me gustaría, Trabajo, piso, pareja ha sido una novela que me ha desconcertado muchísimo. ¿Me esperaba algo así? Sí y no. El principio me desconcentró. Sí, reconocía el sentido del humor — me he reído muchísimo —, y me gustaba lo que leía, pero me parecía una historia superficial, como si le faltara hondura, algo que me costaba mucho relacionar con la autora. Sin embargo, a partir del pasaje que os marcaba más arriba, la novela evoluciona hasta tal punto que llega a impactar. Hace algunos días que la terminé, y todavía me sigue afectando. Eso es bueno o, por lo menos, a mí me gustan los libros así; los que no terminan en la última hoja.

En definitiva, una muy buena primera novela. No me equivoqué. No esperaba menos de ella, y ahora solo espero MÁS. Como suele ocurrir…

Escrito por El Ojo Lector

Soy El Ojo Lector y me encanta leer. Vivo en Sevilla (Andalucía, ES), con mi novio y mi chihuahua-pantera Panchito. Soy fanática de Los Beatles, me encantan los frijoles, el sushi, los macs, el Real Betis Balompié y las películas de Rocky. Desde 2008, leo y reseño en la sombra. Recomiendo libros. No esperes críticas edulcoradas; no las encontrarás, para bien o para mejor :)